Por María Laura Piñeiros
Cuando se llega a la maternidad por decisión propia (que así debería ser todas las veces, pero eso es otro tema), se entiende que, como toda decisión, traerá consecuencias.
Hoy mismo, el saldo de mi cuenta bancaria rara vez tiene más de tres cifras. Deseando un cierto estilo de vida, es una situación que me angustia, lo admito. Y, contra toda lógica, ayer rechacé una oferta de empleo porque implicaba trasladar a mi familia a otra ciudad, alejando a mis hijas de sus afectos.
No faltaron las “compañeras” que me criticaron por “sacrificar mi vida profesional”. Las que dijeron que mi realización personal es más importante ya que los hijos son pasajeros. Las que creen que oportunidades así nunca vuelven. También estuvieron las “hermanas” que aplaudieron. Las que “sacrifican todo por los hijos”. Las que han construido un proyecto de vida alrededor del hogar y la familia.
Yo no pertenezco a ninguno de los dos grupos. Amo a mis hijas con locura, pero las labores del hogar me enferman. También amo mi profesión y creo que tengo buen potencial, pero mis prioridades han cambiado. Prioridades, no sacrificios. Ahí radica la diferencia. Una prioridad es algo que YO elijo.
En marzo se habla mucho de “mujeres empoderadas”. Empoderarse significa tener la confianza en tus propias capacidades, de manera que puedas tomar las decisiones que consideras necesarias para tu bienestar. Es un proceso, pasar de un estado de vulnerabilidad (presa de tus circunstancias) y paulatinamente ir ganando grados de libertar de acción para mejorar tu calidad de vida. No es un camino unidireccional, es decir que ganas o pierdes poder, en uno u otro ámbito.
Es verdad que, en muchos casos, el empoderamiento de la mujer requiere de apoyo externo. Son muchas las situaciones que debemos cambiar como sociedad para que las mujeres, y las madres en particular, puedan acceder a los recursos necesarios para ser dueñas de sus vidas.
Sin embargo, cabe aclarar que, en todos los casos, el empoderamiento, ese esfuerzo por dar la pelea, requiere de una fuerza interior. ¿De dónde sacan las mujeres, las madres, esa fuerza?
El feminismo mal entendido muestra a la maternidad como una condena, un corta vuelo, un servicio al patriarcado. Muestra a la mujer esclava de una casa, presa de unas crías, dependiente de una pareja. Un ser humano frustrado y deprimido. Una mujer desperdiciada.
Por otro lado, cuando hablo con mujeres que son madres, profesionales o emprendedoras, me encuentro con testimonios radicalmente diferentes que apuntan a los hijos como un impulso determinante en sus vidas. Sus hijos son la fuerza que las ha motivado a empoderarse.
Puedo citarme a mí misma como ejemplo, la inminente llegada de mi primera hija fue lo que me llevó a terminar mi tesis de magíster. O la decisión de quedarme en casa sus primeros años, que me re-inventa, me hace buscar alternativas, enfrentar mis propios temores y descubrir que soy más capaz de lo imaginado. Qué me ha dado la fuerza para decir “no acepto este trabajo porque no se ajusta a mi proyecto de vida”. A mi proyecto de vida, a mis prioridades. A no caer en los extremos de la “mujer exitosa” o la “madre abnegada”. A lo que yo, empoderada, decido que es mejor para mí y mi familia.
Tal vez el empoderamiento de las mujeres nace ahí, cuando somos capaces de tener un sueño y un proyecto de vida que se ajusta a nuestras propias realidades, expectativas y prioridades. Y se concreta cuando encontramos en nuestro camino a personas (hombres y mujeres, compañeros, hermanas e hijos), que nos alientan a alcanzarlo.

María Laura Piñeiros (Malala), consultora en sustentabilidad y mamá de dos niñas. Prefiere madrugar a dormirse tarde y no puede vivir sin una buena taza de té.
Visita @MalabaresFamilia en facebook