Por Ana Lucía Correa
“No tengo tiempo para nada, entre mis hijos, el trabajo, la casa, no me queda tiempo ni para respirar, peor pensar en un gimnasio, o en comida saludable, tiempo para mi desarrollo personal, profesional… imposible”.
Así pensaba, y estaba convencida de que recuperaría mi vida cuando mis hijos se fueran de la casa. Es más, muchas veces me molestaba si alguien insinuaba que mi tiempo estaba mal organizado. “No saben todo lo que hago” – pensaba. Mi vida transcurría entre una larga lista de tareas por hacer y la eterna sensación de vivir al borde del abismo con plazos que se cumplían, tareas de último momento, muchos proyectos empezados, pocos completados, la cabeza a mil… loca.
Un día, uno de esos días, estábamos en la cocina y yo repasaba en vos alta las cosas que tenía pendientes y no había completado, con angustia. Mi hija, sentada en la mesa, trabajando en su computadora con los audífonos puestos, solo volteó a mirarme y me dijo: “Mami, ponte un horario”.
No mentiré, me enfurecí con ella: “¡Cómo que ponte un horario! ¿Qué crees que hago? ¡Es que tengo tanto que hacer que el tiempo… no me alcanza!”
Tardé un par de días en aceptarlo: “No soy una mujer organizada. No cumplo mis horarios, no cumplo mis agendas… así que por más que planifique no sirve de nada. Mis reuniones se extienden siempre más de lo programado con cualquier justificación, tengo que cancelar la siguiente, llegar tarde a buscar a los niños. Siempre corriendo, siempre atrasada. No tengo disciplina”.
Para ser consciente de este mal hábito, tuve que ser honesta conmigo misma. Quería dejar de sentirme agobiada por el tiempo y no tener el control sobre mi día. Una jornada ajetreada y caótica debía ser culpa de alguien (si, intenté culpar al tráfico, pero era trillado). No tenía mas remedio que aceptarlo. Culpable soy yo…
Empecé por lo primero, disculparme con mi hija. Luego, buscando la raíz del problema, observé que si bien tenía una agenda y cierta planificación no la cumplía porque mis reuniones siempre se prolongaban más de lo habitual o salía con retraso a mis citas. No me apegaba a lo planificado, no cumplía mis horarios. En el fondo estaba faltando a mis propias promesas. Como ya era un mal hábito, agendaba sin previsión, perdía tiempo reconfirmando reuniones, la tolerancia por mi falta de cumplimiento hacia que tolere e incluso agradezca la falta de cumplimiento de los demás (porque eran los otros los incumplidos, no yo).
Entonces, decidí que iba a respetar mi palabra. Si tenía que hacer algo, y lo había ofrecido, lo cumpliría. ¡Simple!
Esto me llevó a ordenar mejor mi agenda y el tiempo que destinaba a cada reunión de trabajo, siendo más realista para asignar lo justo a cada tarea, utilizando herramientas para organizar el trabajo remoto con miembros del equipo para no perder tiempo poniéndose al día. Ocupándome de lo importante y urgente, incluyendo mi familia, salud, estudios, intereses. La palabra “delegar”, tan útil y apropiada para liberar tiempo, puede ser entendida como “cada quien sea responsable de lo que le corresponde”, incluyendo no solo a compañeros y colaboradores sino también a los miembros de la familia.
Empecé a sentir tranquilidad porque finalmente el día transcurría con cierto control. Y yo tenía el control de mi día.
Cuando empezaron a fluir mejor las cosas, abrí tiempo para el gimnasio. Antes, siempre tenía excusas para saltarme la sesión, que si el clima, que si solo reviso este correo, solo cinco minutos más… que se convertían en diez, quince… los suficientes para perderme la clase. El famoso auto-sabotaje, por fin fue descubierto, me di cuenta cómo funcionaba, que tretas empleaba y estaba dispuesta a no caer en la trampa.
No digo que mi día ahora sea perfecto, hay imprevistos, aparecen esos viejos malos hábitos, pero poco a poco y un día a la vez, consistentemente avanzo.
Las verdades que se me revelaron y que entendí fueron básicamente tres:
- No puedo tener todo en este momento. Debo priorizar y enfocarme en lo que es urgente ahora y que estratégicamente sirve para que más adelante pueda hacer todo lo que ahora postergo. Por lo tanto, si puedo hacer y ser todo lo que quiero.
- El respeto a la palabra dada (honrar la palabra) es una política de vida que motiva la disciplina y el autocontrol.
- No puedo exigir en otros lo que no está en mí. Lo que es adentro es afuera, lo que está afuera está adentro.
Hasta aquí.
Hay muchas herramientas de productividad para hacer más en el mismo tiempo, la tecnología es fabulosa. Hay autores que hablan sobre el impacto de crear hábitos positivos para alcanzar el éxito (coloca la definición de éxito que te sirva), para empezar te recomiendo este: El efecto compuesto, de Darren Hardy ¿No tienes tiempo para leer? Escucha el audiolibro mientras conduces, en una semana lo completarás. ¿Quieres adquirir conocimientos o actualizarte? Si la educación virtual es lo tuyo las plataformas EDX.org o Coursera.org ofrecen cursos online gratuitos en español. ¿No estás completamente motivado para iniciar un cambio? piensa que quieres conseguir, escríbelo, rodéate de gente que está consiguiendo lo que buscas, imita a quienes ya lo consiguieron. Un paso a la vez, sin descanso y de manera consistente. Hacía allá vamos.
Se dice que se requiere repetir una conducta al menos 21 días seguidos para que se convierta en hábito. Que tus hábitos sean resultado consciente y coherente con tus metas de vida, que la vida te regale el tiempo para hacerlos realidad, que disfrutes el camino.
Ana Lucía Correa es Ingeniera Mecánica, MBA en Finanzas. Es responsable de las operaciones de financiamiento para los proyectos del RML Lab. Es co-fundadora de la Red de Mujeres Líderes, socia fundadora de ASOLIDER y presidenta del Directorio.