“Disculpe, qué opinión le merece esto:
Mujeres que se sacan los ojos en la oficina y son salvajemente competitivas entre ellas ¿Cómo pueden hablar de equidad si ni entre ustedes mismas se apoyan?”
Respire profundo.
Había terminado de dar una charla sobre emprendimiento femenino, donde destacaba la necesidad de mirar el fenómeno con perspectiva de género y alentaba a la audiencia a reflexionar sobre los sesgos – conscientes o no – y la falta de eficiencia de la sociedad por no alcanzar la anhelada equidad.
Descolocada alcancé a decir que los niveles de conflictividad no podían ser asignados solo a las mujeres, que era un tema de madurez emocional y que en esos lugares de trabajo debería revisarse seriamente el tipo de liderazgo y la cultura de la empresa… ¿Siguiente inquietud?
No voy a mentir, sentí que la pregunta de este alumno de posgrado era desafiante, me atacaba directamente… A su lado, una compañera asentía con su cabeza… Recordé las frases: “Las mujeres somos complicadas, el tema hormonal nos juega en contra…”
A los pocos días lancé una encuesta en la página de la comunidad RML
¿Crees que las mujeres, en los lugares de trabajo, somos problemáticas y conflictivas?
Más de la mitad respondió que no, que la conflictividad no es una característica exclusiva de las mujeres. Me sentí aliviada de haber respondido con criterio. La tercera parte votó por la falta de liderazgo y pobre cultura organizacional y, solo una respondió afirmativamente: amamos el conflicto.
No conforme invité a varias especialistas en temas de Talento Humano y Comportamiento para que opinen al respecto: Seguiré publicando sus opiniones en varios artículos a manera de serie.
A lo largo de mi carrera me he desempeñado en industrias y roles donde he tenido la oportunidad de moverme en “mundo de hombres” y debo decir que con mucho éxito. Esta experiencia sumada a mi vinculación con la problemática de mujeres me permite afirmar que la estabilidad emocional de los seres humanos (autoconocimiento y realización personal y familiar), es el factor que rige la conducta social y la actitud con que los individuos enfrentan los problemas. La salud emocional es la clave… y si, puede ser que por la misma falta de equidad en la familia la mujer se vea sometida a presiones extras que sus compañeros tienen resueltas…
Al final de esa misma charla, se me acercó una joven madre con quien intercambiamos la hermosa sensación de reconocernos como pares, como hermanas… una madre haciéndose ocho para cumplir con su familia, su trabajo, su carrera… Una mujer a quien mi mensaje llegó y que con su abrazo me hizo sentir que esta comunidad es necesaria… ¡Sororidad!
No podemos cerrar los ojos a los hechos, para muchas mujeres es imposible separar los temas y esa puede ser la raíz del conflicto. Si, es cultural, es de crianza y tiene que ver con la madurez emocional y la aceptación que hemos alcanzado del propio ser. Y es esta misma creencia la que propicia el comportamiento descomplicado de los hombres. Somos fruto de estas creencias. Somos el resultado de estas ideas grabadas hasta la médula… nada que no se pueda arreglar… ¿Cómo? pues cambiando esas ideas… para empezar, dejemos de afirmar que somos conflictivas, dejemos de decir que somos problemáticas… como primer paso empecemos a hablar de nuestras virtudes: Las mujeres somos colaboradoras, las mujeres somos maestras (expertas) en buscar soluciones, las mujeres somos amigas, empáticas y confiables. Las mujeres entendemos y nos colocamos en el lugar del otro, podemos mirar los problemas con una visión amplia e incluimos a todos en la solución.